Entrevista a Carlos Atanes: “Yo sueño en VHS”
Pareciera que cualquier aficionado al cine que se precie intuye, en algún lugar de sí mismo, aunque no sea un lugar muy conocido ni muy bien explicado, algo de una relación inmanente que enrosca el mundo de los sueños con el de las películas. Y que esa relación se vuelve importante para quien desee pensar el acto mismo de mirar el cine, de sumergirse en él. Había que explorar, diseccionar y pensar despacio esta inquietante y prometedora dualidad entre ambos… y qué mejor posición de cámara para semejante tarea que la que proporciona la mirada de un cineasta.
Eso es precisamente lo que propone en su último libro, Filmar los sueños, el director de cine, escritor y dramaturgo Carlos Atanes: zambullirnos en el batiburrillo con el que todos jugamos a enredar esa relación entre cine y sueños para alcanzar a comprender lo que en realidad se juega en la representación de los sueños en el cine. Y de paso, sorprendernos con la caza del llamado cine onírico, una conclusión que es un nuevo punto de partida. El autor ha aceptado nuestras preguntas sobre el curso de su búsqueda, que ahora ve la luz en forma de libro, y cuyos frutos van a sorprender a más de uno… que quizás también se creía experto.
- Carlos, en la primera parte del libro nos hablas del estupendo lío que se ha armado en torno a si es posible o no eso de filmar los sueños, ¿qué ha pasado para haber montado este lío? ¿Cuál crees que es la causa?
Enredarnos con el lenguaje. Por motivos diversos, ya sea por pereza mental, por mercadotecnia o por ganas de epatar, vamos amontonando licencias poéticas y lugares comunes hasta que las palabras sepultan a las cosas. “La fábrica de sueños”, “los sueños cine son” y un etcétera de bobadas. A mí me pasó que me invitaron a participar en una charla sobre sobre cine y sueños y eso me obligó a echar el freno y a examinar el tema de cerca. Y la sorpresa que me llevé fue como un golpe en la cabeza. Es como si un día te dicen: háblanos de tu familia, que la conoces bien. Y piensas: oh, sí, mi familia, la he estado viendo desde que nací, soy un experto. Pero luego entornas los ojos, empiezas a rascar el yeso de los recuerdos (¿por qué me dirían aquello mis padres, por qué los parientes de aquí se dejaron de hablar con los de allí?) y, alehop, las revelaciones afloran. O las sospechas, al menos. No hace falta que encuentres un arcón en el sótano con secretos guardados. Ya tenías todas las piezas pero no las habías juntado, no te habías hecho preguntas porque lo dabas todo por bueno desde la infancia. Seguías asumiendo las explicaciones y los vacíos de información que le proporcionaron a un niño. Y hasta que no te detienes no reparas en que el relato es más bien inconsistente y que los vacíos de información pueden ser muy significativos. Con el cine y los sueños me ha ocurrido algo parecido. Menos dramático (quizá, eso dependerá de la familia de cada cual) pero más esquivo, porque ni siquiera sabemos qué son realmente los sueños, por qué están ahí, de qué están hechos. Y, si me apuras, tampoco el cine. No creo que la definición que daría Parajanov concordase con la de Michael Bay. Para mí escribir este ensayo ha sido como un viaje de descubrimiento en un territorio familiar y desconocido a la vez. Me he adentrado en una selva frondosa, como los buscadores de Z, la ciudad perdida, con la esperanza de encontrar algo en sus profundidades. Confiando en que tenía que haber algo tangible.
Arrebato (1980) Recuerda (1945)
- Se podría decir que este Filmar los sueños tuvo un detonante claro, esta charla sobre cine y sueños, que también cuentas en tu libro, y que se produjo a comienzos de 2019, pero, también cuentas varias experiencias personales de rodaje de películas que tuvieron mucho que ver con los sueños, y que guardas diversos guiones que has escrito y que también están relacionados con los sueños. Da la sensación de que este tema lo venías arrastrando… aunque fuera secreta o inconscientemente, desde hacía mucho tiempo, ¿no te parece?
Sí, toda la vida. He escrito mucho sobre ellos, guiones, obras de teatro (no sobre los míos, o solo anecdóticamente, sino sobre el mundo de los sueños). En mi reciente ensayo sobre magia del caos les dedico unas cuantas páginas. Para mí los sueños son importantes, forman parte de mi vida en igualdad de condiciones que la experiencia de vigilia. Esto puede sonar pueril a oídos, digamos, prosaicos. Pero la vida psíquica, a fin de cuentas, es la vida psíquica. Y a mí, lo que me interesaba, no era tanto la capacidad que tiene el cine de representar el sueño, sino de serlo. Es decir, tras descartar que la identidad con el sueño pudiera aplicarse a la globalidad del cine, lo que quería era cerciorarme de la posibilidad de existencia de un tipo o de un modo de cine que no fuera el papel o el lienzo en el que se escriben o se pintan los sueños, sino que fuera él, en sí mismo, sustancia onírica. Es oportuno aclarar que Filmar los sueños no es un repaso histórico a la temática onírica en el cine o un compendio de reseñas. Ni es exhaustivo en ese sentido ni lo pretende. Es un ensayo, una indagación personal. Hablo de muchos autores, por supuesto, pero también eludo a otros que no juzgo menos importantes. Simplemente me he apoyado en los ejemplos que me venían bien en cada momento para apuntalar mi razonamiento, porque lo que me interesaba no era plantear una visión panorámica sino llegar al fondo de la cuestión en sí, resolver la cuestión de si el cine onírico existe realmente o no, no importa si ahora, en el pasado o en potencia. En fin, de si hay una brizna de verdad, por pequeña que sea, enterrada bajo la montaña de sobrentendidos. Y al final ha resultado que sí. Que, como en la raíz de tantos mitos, hay un destello de verdad.
- De hecho, y visto así, la identificación del que podría ser el auténtico cine onírico, que es una de tus mayores aportaciones en este libro, casi podría haber sido como terminar de dar forma a una inquietud que llevaba tiempo por salir.
Es asombroso que haya tardado tanto en plantar cara a esa cuestión. Si me descuido podría haber pasado el resto de mis días mareando la perdiz. Siento que he saldado una deuda que tenía pendiente. Claro que también he necesitado un empujoncito. La insistencia permanente de «SOLARIS, Textos de cine», azuzándome para que escribiese el libro, ha contrarrestado mi tendencia natural a la procrastinación.
- ¿Has pensado en cómo esta reflexión realizada en el libro Filmar los sueños, y que ha supuesto un “mirar dentro”, va a afectar a tu forma de rodar…?
Sí lo he pensado, pero intento apartar esas reflexiones de mi mente. Primero porque doy por hecho que afectarán. Mi cerebro es como mínimo tan plástico como el de cualquier otro y, aunque el sombrero que me pongo para escribir no es el mismo que el que me pongo para rodar, por fuerza menear los pensamientos ha de tener consecuencias. Pero también evito darle muchas vueltas porque mirar demasiado “dentro” puede ser paralizante. Procuro que los procesos creativos sean lo más intuitivos y lo menos racionales posible. No quiero programas o consignas preestablecidas para mí ni las propongo para nadie. Por cierto, que esto me recuerda que a lo mejor tendría que volver a rodar algo algún día.
El enigma de Gaspar Hauser (1974) Vértigo (de entre los muertos) (1958)
- Algunas películas contemporáneas, de las que quizás Origen sea la más célebre, parecen arrogarse una cierta mirada supuestamente audaz hacia la idea de los sueños en el cine, como si fueran las más intrincadas, las que más lejos han llevado la idea; pero en tus cavilaciones, a lo largo de Filmar los sueños, retas al lector con ideas a partir del cine de Fellini, David Lynch, Chantal Akerman, Kubrick, Tarkovski, Deren… El cine contemporáneo, ¿le ha arrebatado a los sueños de película toda su capacidad para confrontarnos o inquietarnos, como una versión “segura” de lo que pueden llegar a ser?
Eso es muy difícil de responder. En el libro explico por qué Origen no es una película onírica, pero no osaría abarcar la producción mundial en un solo juicio. Por otro lado, ¿qué es el cine contemporáneo? Me desconcierta el concepto, pensaba que el cine había muerto hace treinta o cuarenta años. Que ya no se hacía cine, solo películas. Y festivales, festivales a mansalva. Galas, entregas de premios y esas cosas. Antes pagabas una entrada y veías Barry Lyndon o Taxi Driver. Ahora te ponen Space Jam y Joker. Sé que cometo un pecado mortal diciendo esto. Es desatinado, es injusto, lo sé, lo sé. Otro carca refunfuñando. Soy un tipo huraño. Peor todavía, un nostálgico. Afortunadamente el cine no es un arte efímero. Las obras perduran y podemos verlas cuando queramos, igual que si las hubieran rodado la semana pasada. El enfoque de mi libro es intemporal, de bloque de tiempo. Y, al margen de generalizaciones de trazo grueso sobre la evolución o decadencia del cine, de mis manías en contra del CGI y de mi opinión sobre el adocenamiento del cine actual, lo relevante para el tema del libro no es el estado general de las cosas, pasado o actual, sino las excepciones. La “revelación” de Theodore Sturgeon, aquella que dice que el noventa por ciento de todo es basura, tiene la misma vigencia hoy que el día en que se enunció. Si lo que propongo en el libro es cierto, entonces es cierto for all seasons. Es algo que depende de los individuos. Siempre habrá rebeldes. Quizá alguien se apresure a pensar que defiendo algún tipo de purismo, o de esencialismo cinematográfico, un retorno a algún tipo de paraíso perdido. Mi nostalgia no llega a tanto y creo que en el ensayo queda patente que no es el purismo lo que me estimula, sino la rebeldía. Una rebeldía que, es cierto, como espectador me cuesta más encontrar ahora que antes, pero que no renuncio a reencontrar. Puedo estar equivocado y cualquier refutación me llenará de gozo.

- Nos encanta la idea que traes en tu libro de cómo tendemos a pensar que las cosas que suceden en los sueños son totalmente surrealistas, absurdas, pero lo cierto es que, mientras las estamos soñando, ¡nos parecen perfectamente factibles! El cine también es capaz de hacer parecer factibles acontecimientos totalmente irreales y hacérnoslos vivir como posibles… Parece haber mil formas de conectar cine y sueños, y no evidentes. ¿Será verdad que el cine guarda con los sueños una relación más íntima que cualquier otra forma de arte?
Me da la sensación de que estamos, si nos gusta el cine, si somos cinéfilos, críticos o cineastas, obligados de alguna manera a decir que sí, como si fuera una obviedad. Pero, ¿lo es? Después de haber dedicado un libro a indagar en esa pretendida relación íntima yo no me atrevería a ser taxativo. Es una presunción. El cine lleva más de un siglo jactándose de ello, pero la verdad es que, por lo general, ha estado a otras cosas. Tiene el potencial sí, pero ¿lo usa? ¿Y qué arte no lo tiene? Pensemos en el poder igualmente inmersivo y evocador, emulador del sueño, si quieres llamarlo así, de contemplar La isla de los muertos de Böcklin, por ejemplo, mientras escuchas, qué se yo, algo de Bartok o de Von Bingen. O de deambular a solas por ciertos lugares, ciertos edificios. Cada cual que busque el ejemplo que más le plazca. Cuando empecé a leer a Lovecraft, hace muchos años, me dio por acompañar la lectura con el cuarteto de cuerda nº 14 de Beethoven. En aquella época no había listas de reproducción, simplemente rebobinabas y le dabas al play otra vez. Y yo tenía una fijación con Beethoven, como Alex DeLarge. Desde entonces, cada vez que oigo esa pieza me veo catapultado directamente a los mundos oníricos de Randolph Carter. Podríamos, está claro, discutir la dimensión cinematográfica de esas experiencias estéticas multisensoriales, siempre subjetivas. Pero, ¿a cuenta de qué? Sobre todo cuando el cine debe tanto a la música, a la arquitectura, a la literatura y a las artes plásticas y la deuda en sentido contrario es tan exigua, aunque sea solo por motivos de veteranía. ¿Cuál es el baremo de “oniridad” que dictamina esa supuesta preeminencia del cine? En el libro no me he ocupado de indagar en otras disciplinas. He evitado las comparativas y me he ceñido, como queda patente en el título, al vínculo entre sueños y cine exclusivamente. Pero no porque piense que el cine ocupa un lugar privilegiado al respecto, que no lo sé ni me preocupa, sino porque el cine reivindica abiertamente el parentesco con el sueño, cosa que las demás artes no hacen. Así que me propuse localizar la veracidad (polimorfa) de esa aseveración. El libro da cuenta de ese recorrido, sembrado de incertidumbres. En más de una ocasión, mientras lo escribía, creí estar persiguiendo un objeto fantástico, un imposible. Ha sido arduo, pero también divertido. No desvelaré más por no comprometer el suspense.
- Por último, Carlos, creo que cualquier lector de tu libro Filmar los sueños intuirá que, de una forma u otra, seguirás jugando con los sueños en tus imágenes… pero… entonces, a tus sueños de cine… ¡¿les pondrás “bordes borrosos”?!
Sé que me preguntas eso porque has leído el libro y los bordes borrosos son uno de los clichés oníricos que menciono. Pero te voy a decir una cosa: más allá del asunto de los bordes borrosos, no me contradigo si aprovecho la ocasión para reivindicar lo borroso en general. La nitidez está sobrevalorada. Detesto el hiperrealismo y los televisores 8k. Tanta diafanidad es irritante. Además es falsa: si te acercas lo suficiente descubrirás que los píxeles siguen estando ahí. Apretujados, sin poder respirar. Este siglo tiene un trastorno obsesivo con la alta definición. En los espejos de metal bruñido salíamos todos más guapos. Yo sueño en VHS.
El libro Filmar los sueños, de Carlos Atanes, editado por “SOLARIS, Textos de cine”, ya está a la venta.